no me sostienen las sillas
azules los brazos que esconden
aprietan mi roca llena de
muescas y me hundo al compás
de la voz de la recepcionista
que pide el DNI y dice horas
días Las sillas azules se tragan
a sus habitantes con sabor a
hierro y almohada cubierta
de vómito La voz de la recepcionista
es un cuchillo en el brazo que
alimenta a sus crías con
el pelo recogido y mancha
la vajilla con el sufrimiento
ajeno que no toca más
que su impresora gris
Al entrar por el estrecho pasillo
plagado de puertas como en
un cuento de los que aterran
pienso si sabe de dolor
una margarita en medio del campo
No hay comentarios:
Publicar un comentario